El cardenal Osoro es hombre de su tiempo. Comprometido hasta ahora con los problemas reales de la Iglesia, no vino a continuar la labor de su predecesor, sino a darle sello propio, afrontando una Iglesia necesitada de un cambio radical. Con decisión y valentía quiso limpiar las instituciones de oportunistas y aprovechados. Era consciente que la obsoleta administración de las fundaciones civiles, tuteladas por patrones y gestores que se sentían dueños de las mismas y no responsables, que era su única potestad, estaba propiciando no solo anacronismos sino también escandalosos beneficios para algunos. Ya diremos cuáles. Y cada vez más estaban dejando de cumplir su misión benéfica por disminución progresiva de patrimonios y rentas. Por eso eligió a un hombre acreditado por su honestidad, conocimiento y valentía, muy próximo a la comunidad eclesiástica, como Delegado Arzobispal de Fundaciones, y le dio instrucciones para revertir la situación. En una época tan difícil y compleja era necesario más que nunca que estas fundaciones cumplieran sus fines estatutarios. Con la presencia del Canciller y gente de la iglesia en los patronatos, y rodeado de las autoridades civiles a quienes corresponde también su función protectora, las fundaciones empezaron a plantearse los excesos inadmisibles y a examinar las rentas de los activos patrimoniales que gestionaban.
Un panorama desolador
El panorama era desolador: sueldos injustificados, alquileres de activos de alto valor a precios irrisorios. Pero no son alquileres sociales, sino de familiares de directivos y personas de clase media y alta que simplemente heredaron un privilegio: vivir en el centro de Madrid con precios de suburbio, porque “como es de la Iglesia”. Esos son los que elevaron su voz en cuanto vieron amenazada sus décadas prodigiosas. Pero no era el patrimonio de la Iglesia lo que estaba en juego, sino los patrimonios de fundaciones privadas que tienen que cumplir sus obligaciones fundacionales. Cuando leemos, escrito por unos desaprensivos “Expolio de los bienes de la Iglesia” o “Trama inmobiliaria en el Arzobispado” se nos subleva el alma. La sed de justicia toma cuerpo y nos obliga a salir de la comodidad cristiana y contar cuál es la verdadera “trama” que está triunfando en el Arzobispado de Madrid. De lo que estamos convencidos es que la Justicia prevalecerá. Continuará.